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2/10/10 Post By: Ramón Pastrano, WebMaster

¿Kiko en despedida? "Al menos parece que en Chile si"


 

Las de Kiko y Kako

Gonzalo León / LND
Hace más de treinta años toda la vecindad del “Chavo del 8” estuvo en Chile e hizo una presentación en el Estadio Nacional. Uno de los más queridos fue Kiko, el personaje que durante años ha interpretado Carlos Villagrán. Hoy, el actor se despide de su personaje en un circo pobre, pero honrado, y León fue hasta allá para conocer a uno de los ídolos de muchos ex niños.




Las de Kiko y Kako
Fotos: Álvaro Hoppe.
Nicolás Cornejo es un escritor inédito, que conocí hace seis años en esta misma época. Lo recuerdo perfectamente porque, al igual que ahora, estaba con alergia. Esa tarde en el Campus San Joaquín había una lectura de poesía y Nicolás leía con los cachetes inflados un poema que bien pudo ser el siguiente: “Puedo hacer los goles más increíbles esta noche // Hacer por ejemplo: una rabona tirita el travesaño / Mientras los azules alientan el espectáculo // Puedo hacer los goles más creíbles esta noche / Un penal de espalda al arco / Una mano con el ojo ensangrentado”. Luego de escucharlo, me acerqué a él, le pregunté por qué leía como Kiko, y él, medio tímido, respondió que era su ídolo.
La amistad tiene extraños vericuetos, así es que sólo diré que desde ese momento he sido amigo de Nicolás. Hoy, más precisamente en unos minutos, veré a su ídolo. Podría agregar que Kiko también era mi ídolo, pero en verdad no lo soportaba: de toda la vecindad del “Chavo del 8” a mí me gustaban Ron Damón, Godines y Ñoño, el resto igual me caía simpático, pero con Kiko algo me pasaba. Quizá no me agradaba porque era el culpable que le pegaran tanto a Don Ramón, no sé en verdad, en esa época era un niño, y los niños actuamos irracionalmente.
Circo pobre
El auto nos deja a Hoppe y a mí en el paradero 36 de Vicuña Mackenna, comuna de Puente Alto. Frente a nosotros hay dos circos. Optamos por el más pobre y curiosamente aquí se presenta el gran Kiko, el ídolo de los niños: los modestos carteles y la frasecita que una amplificación repite a todo volumen así lo indican. Pese a que en quince minutos más comienza la función, no hay nadie comprando su entrada. Nadie, salvo Ángelo Andrich, el dueño del Circo Poderoso Rodas, quien con una casaca azul me hace una seña y… pasamos.
Pese a la escasez de público, Ángelo se ve tranquilo, como si tuviera toda la situación controlada, como si fuera el Chapulín Colorado diciendo “que no panda el cúnico”. Yo si fuera él, estaría fuera de control, gritándole a la gente que pasa por ese sector de Puente Alto que las entradas están rebajadas por ser los últimos días, a tres luquitas nomás y niños a dos. Pero Ángelo, con los brazos en jarra, se remite a contestar ahora cómo gestionó la venida del famoso Kiko:
-Para las Fiestas Patrias de Perú yo estaba allá y Carlos también. Lo contactamos y cerramos trato. Él luego se devolvió a Guadalajara, donde vive, y más tarde partió a unas vacaciones a Las Vegas y finalmente llegó a Chile para despedirse del público.
Bien indiscreto Ángelo. Ahora, si hubiera sabido que era tan fácil contratar a Kiko, lo hubiera hecho yo y, no sé, le hubiera dicho a la mamá de un amigo que se organizara alguna cosita en su cadena de jardines infantiles. Hasta Nicolás hubiera ido.
Como Ángelo tiene mi misma edad, le consulto cuál es el grado de admiración que tiene por el personaje del “Chavo del 8”.
-Bueno, él es mi ídolo. Cuando vino en 1978 junto a toda la vecindad al Estadio Nacional, yo era uno de los niños que gritaba desde la galería cuando dieron la vuelta olímpica.
Donde conversamos hay puestos de manzanas confitadas, de churros duros, de té frío, en fin, de todas las cosas que uno encuentra en un circo pobre. Ah, y me faltó un perro bravo que duerme plácidamente.
-¿Aló, don Carlos?... ¿Viene saliendo del hotel? Perfecto -habla Ángelo por el celular y enseguida, mirándome, agrega: Viene saliendo del Marriot.
Observo la hora de mi celular y concluyo que tiene para 45 minutos. Bueno, afuera hay una fila de veinte personas. Si hay función, al menos alguien lo aplaudirá.
ImagenLa otra vecindad
Ahora entiendo por qué Ángelo trajo a Kiko y por qué fue a verlo al Estadio Nacional: un circo es una vecindad, diría que lo más parecido a la vecindad del “Chavo del 8”. Y aquí, en el Poderoso Rodas debe haber un Ron Damón, una Doña Florinda, un Ñoño y desde luego un Godines.
-Si quieres -dice Ángelo, deshaciéndose de mí para atender a un equipo de un matinal de TV-, puedes conversar con la persona que comparte la rutina don Carlos, acaba de llegar, ¿lo ves?
Agito mi cabeza como un imbécil leyendo a Nietzsche y enseguida enfilo hacia donde está Juan Carlos Droguett, el “patiño” o acompañante de Kiko.
-Tú eres Kako -le digo cuando recuerdo cómo le dicen a los Juan Carlos.
-No -corrige él-, yo soy el “patiño”.
-¿Eres Bob Patiño? -consulto y mi mente se queda con el personaje que aparece en “Los Simpsons” y que fue a dar a la cárcel por intentar asesinar al pobre Bart.
Como Kako no me responde, opto por ser menos incisivo y decirle qué le parece trabajar con Carlos Villagrán.
-Es difícil trabajar con él, porque acostumbra a trabajar con un libreto, y nosotros, los del circo, por lo general improvisamos sobre una guía.
Para los que no alcanzan a vernos, esta conversación transcurre dentro de la vacía carpa donde se realizan las funciones. Por más que trato de desordenar a Kako, éste se mantiene serio, como el Profesor Jirafales. Imagino entonces que en cualquier momento podría aparecer Doña Florinda y, para comprobarlo, miro para todos lados.
-¿Quién no ha visto a Kiko alguna vez en su vida? -dice de pronto, saliendo de su seriedad-. ¿Quién no ha dicho “chusma, chusma”?
Kako cuenta que los nervios sólo estuvieron presentes el primer día y que desde ahí todo ha sido muy profesional. Luego de la anécdota vuelve a su seriedad.
Y como siempre me ha lateado la gente seria, me despido de él y salgo del circo para ver si la fila que antes era de veinte personas ahora había crecido algo. Y así es. Sólo que dos curaditos intentan ingresar pagando tres lucas. Ángelo, inflexible, les dice que no.
En la fila, la gente de esta vecindad se ve entusiasmada por ver a Kiko, y yo hago estúpidas consultas: ¿qué le parece que esté en Puente Alto?, ¿podría inflar los cachetes? Y otras más que por suerte olvido al momento de escribir esta crónica. De entre la fila una señora se acerca con una niña en brazos.
-Está que se hace caca -confidencia la madre-. ¿Sabe dónde hay baño?
Y Hoppe, en un arranque de hippismo, señala los vehículos del circo estacionados a unos metros.
-Ahí, al lado de las rueditas puede hacer.
La tensa espera llega a su fin
Después de pasar a los baños químicos, que estaban en verdad fétidos, ingreso a la carpa donde ya ha tomado ubicación el poco público que ha llegado. Un sentimiento de pena me invade; no por Carlos Villagrán, quien debe estar acostumbrado a estos avatares; ni por el dueño del circo, para quien esto debe ser pan de todos los días; sino por los niños y grandes que se han hecho ilusiones con ver un show de primer nivel. Diviso a Ángelo reunido con su equipo y ya, toman la decisión de suspender la función.
–Pero no se preocupen –nos advierte a Hoppe y a mí–; a ustedes igual los va a atender.
Mientras la gente abandona la carpa con la promesa de que la entrada sirve para el próximo sábado, pienso por qué Ángelo no le dio a esa gente la oportunidad de al menos ver al famoso Kiko. Esa gente que ahora se retira espetando frases como “falta de respeto”, “nos agarran pal hueveo en todas partes” o “esto es una cagá”.
Pasen por acá -nos ordena Ángelo sin hacer caso.
Lo seguimos hasta el fondo de la carpa, cruzamos un pequeño trozo de tierra y ya estamos en el camarín de Carlos Villagrán, quien sin pensarlo nos estrecha la mano, nos presenta a su mujer y se larga a hablar sin parar. Quiero pensar en algo, como en qué siento al estar al lado del famoso Carlos Villagrán, pero no puedo: las palabras del actor aplastan cualquier intento. Me trata de “flaco” y enseguida me pide perdón por hablar como mexicano. Reacciono y pregunto algo, pero él sale con otra cosa, tal vez más interesante que lo que le había consultado:
-A veces veo el programa, flaco, y me río, porque no me veo como si yo hubiera hecho ese personaje. ¿Y sabes de lo que me enorgullezco? De que jamás hicimos papeles afeminados ni de borrachos. Fuimos un ejemplo para muchos niños.
Chucha, al parecer se le salió todo lo mexicano machista.
-Por eso creo que la estrella del programa era el programa -concluye y luego explica que, pese a ser un ejemplo, no hacían pedagogía, ya que eso lo hacía “Plaza Sésamo”.
Cuando por fin logro meter la cuchara nuevamente y comentarle que uno de mis personajes favoritos era Ron Damón, él se levanta de su asiento, avanza hasta una gaveta y saca una polera, en donde aparece el mítico Ramón Valdés en medio de ese dibujo de Da Vinci.
-Esto es brasileña y fue usada para una campaña a favor del trabajo.
Enseguida me cuenta que el hermano de Don Ramón, Germán Valdés, era un cómico conocido como Tin Tan.
-Y aunque no lo creas, Tin Tan gustó en México mucho más que Can-
tinflas.
Como soy incrédulo, introduzco el nombre en Google y me sale que Tin Tan fue el mexicano escogido por The Beatles para aparecer en la portada del disco “Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band”, pero no aceptó y en su lugar pidió ser reemplazado por un árbol típico de México.
No hay por dónde
Cuando ya estamos terminando de conversar, me doy cuenta de que a Carlos Villagrán no le importa estar en un circo pobre de Puente Alto, sino que agradecerle al público chileno que lo ha visto por tantos años. Al posar para el lente de Hoppe, el actor me aprieta los cachetes, al tiempo que él infla los suyos. No era necesario hacerlo, pero con eso demuestra su generosidad. Cuando me despido, él dice una frase que salía a menudo en el “Chavo del 8”:
-No hay por dónde.
No sé si reír o llorar, porque jamás imaginé que Kiko o Carlos Villagrán me dirigiera estas palabras, que uno usaba a modo de broma cuando era niño.
-¿Le puedo pedir un último favor? -solicita de pronto Hoppe, impertinente.
Y Carlos Villagrán o Kiko -a estas alturas es difícil saberlo, porque sigue con los cachetes inflados- acepta y camina hasta la carpa. Ahí, en medio de los bailarines, Hoppe lo fotografía.
-Por favor, el honor es mío, no me lo roben -dice antes del clic.
En ese momento me viene a la mente mi amigo Nicolás, que en una semana más se va a Londres, y por primera vez sé por qué me cayó bien desde un comienzo.

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