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22/7/16 Post By: Ramón Pastrano, WebMaster

Los sueños premonitores en la historia


Enrique Pina - El Nuevo Diario

En el transcurso de los siglos, los sueños premonitores han jugado un papel muy interesante y, lo curioso de ello, es que pocos han sido los protagonistas en la historia que han prestado oídos a esas predicciones que más tarde resultaron ser acertadas, tal como veremos más adelante. De ahí que a partir de este artículo me proponga dar varios ejemplos de este tipo de sueños, a saber:

1) El sueño de Calpurnia, la mujer de Julio César; 2) El sueño de la mujer de Poncio Pilato; 3) El sueño de Federico II El Grande de Prusia; y, finalmente, 4) El sueño del Mariscal Lannes de la Armada Napoleónica antes de la batalla de Essling.

1) El sueño de Calpurnia, la mujer de Julio Cesar.

Para el 15 de marzo del 44 a.C. Cayo Julio César se despertaba de muy buen ánimo, ese día el Senado, a él hostil, le habría otorgado el tan anhelado título de Dictator Ad Vitam (Dictador Vitalicio), a través del cual Julio César obtendría el poder absoluto para tomar decisiones sin tener en cuenta la aprobación del Senado. Así estaba previsto hasta ese momento en el ordenamiento jurídico de la República Romana.

Sin embargo, ese día, que para Julio César era de júbilo, se iría transformando poco a poco en aciago. Anteriormente, cierto vidente le había advertido que un gran peligro lo amenazaba durante los Idus de marzo. Y, mientras se preparaba para salir de su casa, su esposa, Calpurnia Pisone, se le acercó llorando y le pidió con insistencia que no fuera al Senado ese día porque en la madrugada había tenido un sueño en el cual lo había visto con la túnica llena de sangre entre sus brazos.

En ese momento interviene Décimo Giugno Bruto Albino, que había ido a buscar a César a su casa y que hacía parte de los conjurados y le dice: -ridiculizando a Calpurnia-: “¡César, no prestarás oídos a esas sandeces! ¿Qué diría de ti el Senado si viene a saber que no te has presentado a la sesión en espera de que tu mujer tenga sueños más favorables?”.

Apenas César salió de su casa, un esclavo que estaba enterado de la conjura, trató de acercársele para informarlo, pero fue alejado a empujones por la multitud que lo rodeaba. También, Artemidoro de Gnido que conocía bien los nombres de los conjurados, logró entregar con dificultad a César un folio donde estaban escritos los nombres de aquellos que poco después habrían atentado contra su vida. Pero lamentablemente César no tuvo tiempo de leerlo, la multitud de amigos y seguidores que lo asediaba era inmensa.

Entonces, al llegar a la entrada del Senado, se encontró con el vidente que en días anteriores le había predicho la tragedia y lo mandó a llamar, y burlándose de él, le dijo: “Los Idus de marzo ya llegaron y no pasó nada”. A lo que el vidente le respondió tranquilamente: “los Idus de marzo ya llegaron, pero no han pasado todavía”.

El resto de la historia es bien sabido. César entró en el Senado y fue apuñalado por los conjurados, en su mayoría, gente a la cual César había perdonado después de haberlos derrotado política o militarmente. De modo que César murió teniendo en mano el folio que contenía los nombres de sus asesinos.


2) El sueño de la mujer de Poncio Pilato.

Corría el año 33 de la era cristiana, en tiempos del Emperador romano Tiberio y se celebraba la Pascua en Jerusalén. Ese año, sucedería algo extraordinario: Jesús, llamado el Cristo, había sido entregado a los Sumos Sacerdotes, y estos a su vez, lo habían entregado a Poncio Pilato (gobernador romano de Judea) con la petición de que lo crucificara por haberse llamado a sí mismo Hijo de Dios.

En ese tiempo, la crucifixión era el castigo romano más ignominioso reservado a los peores delincuentes. Así que, durante el proceso, ocurre este diálogo entre Cristo y Pilato[1]:

Pilato: ¿Tú eres el Rey de los judíos?

Cristo: ¿Dices tú esto por ti mismo o te lo han dicho otros de mí?

Pilato: ¿Soy yo acaso judío? Tu nación, y los principales sacerdotes, te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?

Cristo: Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí.

Pilato: ¿Luego, eres tú rey?

Cristo: Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo para dar testimonio a la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz.

Pilato: ¿Qué es la verdad?

Dicho esto, Pilato salió otra vez a los judíos, y les dijo: Yo no hallo en él ningún delito. Pero visto que los judíos insistían en que Jesús fuese crucificado, volvió a entrar e hizo que lo azotaran. Los soldados le colocaron una corona de espinas y lo vistieron de purpura.

Pilato salió otra vez, diciéndoles: Mirad, os lo traigo fuera, para que entendáis que ningún delito hallo en él. Pero los judíos gritaban más fuerte “según nuestra ley debe morir, porque se hizo a sí mismo Hijo de Dios”.

Cuando Pilato oyó decir esto tuvo más miedo y entró en el Pretorio preguntando nuevamente a Jesús: ¿De dónde eres? Más Jesús no le dio respuesta. Entonces le dijo Pilato: ¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para crucificarte y que tengo autoridad para soltarte?

Jesús: Ninguna autoridad tendrías contra mí, si no te fuere dada de arriba; por tanto el que a ti me ha entregado, mayor pecado tiene.

Desde entonces buscaba Pilato soltarle; pero los judíos daban voces, diciendo: Si a éste sueltas, no eres amigo de César; todo el que se hace rey, a César se opone. Pilato oyendo esto, llevó fuera a Jesús, y se sentó en el tribunal. Estando sentado, su mujer le mandó a decir: No tengas nada que ver con ese justo; porque hoy he padecido mucho en sueños por causa de él.

Pero, viendo Pilato que nada adelantaba, sino que se hacía más alboroto, tomó agua y se lavó las manos delante del pueblo, diciendo: Soy yo inocente de la sangre de este justo; allá vosotros. Y respondiendo todo el pueblo, dijo: Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos. Cristo fue entonces crucificado.

Lo que jamás hubiera imaginado el omnipotente gobernador romano de Judea en ese momento histórico, en el pleno apogeo de su gloria terrenal, era que su nombre pasaría a la historia como el arquetipo del hombre cobarde y pusilánime, el cual sabiendo la decisión justa que debía tomar, ¡prefirió lavarse las manos y ceder a la conveniencia y al inmediatismo político de su tiempo!


3) El sueño de Federico II El Grande de Prusia.

Eran las seis de la mañana de un día de verano de 1769 en el castillo de Breslau, cuando Federico II El Grande de Prusia hizo llamar a su astrólogo a la habitación y le dijo: “Siéntese y escúcheme por favor. Esta madrugada he tenido un sueño curioso que me gustaría que usted me lo explicara. Yo veía la estrella de mi reino brillar en el cielo, luminosa y resplandeciente. Admiraba su claridad y su altura, cuando de repente apareció otra estrella encima que eclipsaba la mía y caía sobre ella. Hubo una lucha entre las estrellas; las vi en un instante y confundí sus rayos, y mi estrella, oscurecida, envuelta en la órbita de la otra, descendió hasta la tierra como oprimida bajo una fuerza que parecía alcanzarla y alienarla. En su opinión, ¿qué puede significar ese sueño?

El astrólogo, sintiéndose en una situación embarazosa le respondió: Yo pienso que un gran hombre de guerra ha nacido o que la Prusia será dominada por una potencia invisible.

En efecto, era el 15 de agosto de 1769, el día en que en Ajaccio, Córcega, nacía Napoleón Bonaparte, uno de los más grandes genios militares que haya dado la humanidad y que más tarde habría derrotado y dominado a los prusianos.

4) El sueño del Mariscal Lannes de la Armada Napoleónica antes de la batalla de Essling.

La noche entre el 21 y el 22 de mayo de 1809, la vigilia de la desastrosa batalla de Essling, el Mariscal Lannes había tenido un sueño perturbador que le confió a los médicos de servicio en el campo de batalla: “He tenido esta noche un sueño extraño, esta batalla será para mí la última”. “Hasta más tarde, ustedes no tardarán en venir a verme, habrá necesidad de todos ustedes”, señalando a los demás médicos y farmacitas que estaban allí. Y continuó diciendo: “No tengo un buen presentimiento sobre este asunto, ¡cualquiera que sea el resultado, -insistió-esta será mi última batalla!”.

Así mismo sucedió, a las seis de la mañana, apenas empezada la batalla, una bola de cañón destrozó el muslo derecho y la rótula de la pierna izquierda del Mariscal Lannes. Los médicos trataron de salvarle la vida amputándole ambas piernas y mientras agonizaba, se presentó ante él Napoleón. En ese momento tuvo lugar un diálogo con palabras intensas que solo un moribundo podía tener el valor de decir en su cara al Emperador de los Franceses.

Mariscal Lannes: Eres tú, sabía que vendrías a verme. Esperaba que estuvieras aquí para irme.

Napoleón: ¿Irte?, ¿y adónde vas a ir sin piernas? ¡Idiota!

Mariscal Lannes: Al infierno, ahí se va cuando uno ha hecho lo que yo he hecho. ¡Esas carnicerías, esos horrores! Tú también sabrás lo que es el infierno cuando te encuentres solo, después de haber hecho matar a tus amigos, y si no se dejan matar, ¡te abandonarán, ya no pueden más! Temen decírtelo, pero yo no, porque aunque sea culpa tuya que yo esté aquí a punto de reventar, eso no me impide amarte. Por eso, ¡detén esta guerra, detén esta locura!

Con esas palabras expiró el Mariscal Lannes el 31 de mayo de 1809.

Lo cierto es que existen muchos otros ejemplos que nos muestran cómo los sueños premonitores han jugado un rol importante en la historia, profetizando hechos que luego se produjeron. Lo curioso, es notar que, a pesar de haber sido advertidos con antelación, los protagonistas de esos hechos no dieron peso a la advertencia. De manera que ha sido precisamente el exceso de confianza en sí mismos, mezclado a una especie de sensación errada de invulnerabilidad, lo que ha hecho perecer a muchos hombres ilustres.

[1] Hago la premisa de que la siguiente secuencia es una recopilación de los hechos descritos en los cuatro evangelios, ya que todos aportan datos diferentes y se complementan y enriquecen entre sí.

Por Enrique Pina
El autor es Doctor en Ciencias Políticas, Mercadólogo, Diplomático de Carrera y Tenor

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