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20/2/13 Post By: Ramón Pastrano, WebMaster

Prisa.


COSAS DE DUENDES
Alicia Estévez
alicia.estevez@listindiario.com

Son las 7:40 de la mañana. Estoy dentro de mi vehículo en una fila esperando cruzar una intersección. Viniendo desde atrás, y metiéndose en vía contraria, una camioneta trata de rebasar pero al llegar al punto donde convergen las dos calles se encuentra de frente con una jeepeta que acaba de doblar para tomar el carril que ahora está bloqueado por el conductor de la camioneta. Se produce un nudo. Detrás de la camioneta va otro carro que se sube a la acera logrando salir del tapón a través de un parqueo. En lugar de retroceder, todo el mundo avanza un poco más apretando el nudo que nos impide movernos. ¡Al fin! El de la camioneta usa el sentido común y retrocede, pienso que para hacer lo correcto, pero lo que descubrió fue el atajo, subiéndose por la acera, que utilizó el carro que estaba detrás de él. Al desenredarse el atasco todos arrancamos de prisa, en algunos casos tan rápido que los neumáticos dejan escapar un chirrido. 


Mientras circulo por la calle Gustavo Mejía Ricart, visualizo una sombra en el retrovisor derecho que me pone alerta, un carro dorado pequeño rebasa a toda velocidad entre la acera y mi vehículo y yo me quedó helada rezando para que no me choque. El carro dorado avanza metiéndose en los huecos del tránsito que encuentra pero se le hace difícil, todo el mundo le corta el paso. 

Tenemos prisa, pienso, porque nadie cede. Y yo formo parte de la competencia a muerte por no perder el espacio ganado en la hilera de carros, por no dejar avanzar a nadie, por cruzar el semáforo de la avenida Abraham Lincoln un segundo antes de que cambie a rojo, ¿o un segundo después de que ya cambió? Y llevo tanta prisa que toco bocina para poder avanzar cuando, de repente, descubro que tengo tiempo de sobra para llegar al trabajo. 

 ¿Por qué corro?, me pregunto. “Los niños ya están en sus colegios, ninguna emergencia me espera en el trabajo, voy a tiempo, temprano incluso”, me digo. En ese momento, entiendo que sólo formo parte de esa carrera loca de individuos que parecen jugarse la vida en la fila de los vehículos. Que me he acostumbrado a ir de prisa. Convencida de que se me acaba el tiempo. Que llegaré retrasada. Que de algo me estoy perdiendo si me demoro un solo minuto. Ando con el mismo apuro de este mundo que no se detiene ya ni para dormir. Y aquí, entre nosotros, los dominicanos, esa carrera es, por demás, atropellante y descortés. 

Una amenaza para nuestra paz y hasta para nuestras vidas. Vamos por las calles violando no solo las leyes de tránsito sino también el espacio de los otros, el derecho a la calma y la tranquilidad que nos corresponde a cada uno en la repartición de las ventajas de ser un ser humano. Tras la reflexión, reduje la velocidad, respiré y levanté los ojos hacia ese cielo azul maravilloso que nos cobija cada mañana mientras nosotros mantenemos la vista al frente, fija en el asfalto oscuro y sin sol. 

Y, entonces, reapareció el carro dorado dando codazos para pasar, arriesgándose a lo que fuera para adelantar medio metro y, para su asombro, me detuve, le cedí el paso y le permití que continuara en su carrera desquiciada. De no ser por los cristales oscuros que impedían identificar al conductor, que parecía tener una emergencia, le habría sonreído en lugar de sacarle el dedo, como hace muchas veces la gente cuando tiene prisa. Que, afortunadamente, no era mi caso.

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