Montaje. Escena de la obra presentada en el país “Un tranvía llamado deseo”.
Mario Emilio Pérez - Listín Diario
Santo Domingo
En los albores de la década del cincuenta asistí dos veces a una sala de cine para ver la película “Un tranvía llamado deseo”, basada en la obra teatral del mismo título del escritor norteamericano Tennesee Williams.
Protagonizada por Marlon Brando y Vivian Leigh, y dirigida por Elia Kazan, la cinta me mantuvo expectante en mi asiento en las dos ocasiones, sobre todo por las magníficas actuaciones de ambos actores.
Varios óscares reconocieron a Vivian Leigh, como actriz principal, y a Karl Malden y Kim Hunter como actores secundarios.
Causó extrañeza a nivel mundial entre los amantes del llamado séptimo arte que no fuera premiada la magistral caracterización de Marlon Brando del rudo y primitivo Stanley Kowalski.
El ”scar al rol principal masculino correspondió a Humphrey Bogart, por su actuación en La reina africana.
Esta introducción está motivada en la presentación final el pasado domingo de la obra de Williams en el Palacio de Bellas Artes.
Confieso que cuando años después de disfrutar la versión cinematográfica del tranvía tuve bajo mi retina el drama convertido en libro, idealicé lo que tanto podría denominarse neurosis mitómana, o mitomanía neurótica, de Blanche Dubois.
Por esa circunstancia tengo que frenarme para no resultar excesivamente elogioso de la excelente interpretación que hizo del personaje la veterana actriz Karina Noble.
Resulta difícil no caer en el pecado mortal de la sobreactuación cuando un actor echa a un lado su personalidad para introducirse en la de un ser atormentado, depresivo, que bordea los linderos de la esquizofrenia.
Fue lo que consiguió, aunando destreza y talento, la mujer que ha posado sus plantas sobre decenas de escenarios teatrales, televisivos y cinematográficos, obteniendo merecidos lauros.
En el odioso papel de Stanley, Félix Germán demostró que no disminuye la calidad de sus actuaciones el que durante largos periodos se mantenga alejado de las tablas.
Una agradable revelación para mis ojos y oídos la constituyó María Del Mar Pérez asumiendo la mansedumbre con espaciados conatos de rebeldía de Stella Kowalski, voluntariamente sometida al dominio de su fogoso dictador conyugal.
Decir de Lidia Ariza que tuvo una buena actuación en una obra teatral es pleonasmo, es redundancia, porque es algo sabido y demostrado en su larga trayectoria artística. Por eso la vimos encarnar a Eunice, la vecina inmediata de los Kowalski, con su maestría acostumbrada.
El mejor amigo del semi salvaje Stanley, el tosco sentimental de Mitch, estuvo a cargo de Ernesto Báez, quien dio notación de que domina el movimiento escénico del difícil oficio.
La escenografía y la musicalización conformaron un marco adecuado para esta obra dramática ganadora de un premio Pulitzer.
Un público numeroso y profundamente metido su interés en la obra, juntó silencios y aplausos para hacer un sincero reconocimiento a esta encomiable presentación.
Otro triunfo de la polifacética María Castillo, directora de la obra, que sigue mereciendo el calificativo de “monstruo sagrado” que le apliqué en los inicios de su quehacer teatral.
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