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14/10/13 Post By: Ramón Pastrano, WebMaster

Mi vida en el cine.


Celebrando la vida

Freddy Ginebra - Diario Libre

Desde muy niño soñé con ser actor de cine. Hollywood era mi Meca, el lugar donde llegaría un día convertido en un astro que encantaría al público dominicano. Siendo niño, un compañero de clases cuyo padre tenía una camarita de 16 milímetros, conociendo mi pasión secreta, me invitó a filmar unas escenas donde yo hacía de vaquero que moría en una escena acribillado. Me salía muy bien eso de muerto, podía aguantar la respiración por largo rato y, para darle más realismo, viraba los ojos dramáticamente (esto lo ensayaba cuando nadie me veía frente a un espejo en el baño). Según mi amigo, él le daría a su papá esa filmación, y su papá –que supuestamente tenía conexiones con el mundo del cine–, quizás me conseguiría algún papel en una película. Me pasé toda la mañana del sábado brincando una cerca y la filmación terminó cuando, tratando de ser lo más realista posible, me fracturé un brazo y quien filmaba salió corriendo dejándome tendido en el suelo. Luego me enteré que, durante todo el día, el amigo jamás puso rollo y todo fue una broma que yo recordaría durante todo un mes con mi brazo enyesado.

Han pasado los años, ya casi llego a los 70, y recibo una llamada de José María Cabral.
–Don Freddy, lo necesito.
José María es un joven cineasta de mucho talento que ya ha probado que puede hacer cine.
–Diga usted –contesto muy dispuesto.
–Tengo su papel en mi próxima película, dígame que sí.
–Pero si te he estado esperando 70 años.
Estoy en el estudio, dos niñas muy lindas intentan vestirme, prueba de vestuario, ninguna camisa me cierra, tampoco el saco, el pantalón me aprieta, solo los zapatos me quedan bien. Media hora de pruebas y salgo al set.
Me dan las indicaciones de lugar y, claro, tantos años esperando, me equivoco 589 veces hasta que el director, muy paciente, queda más o menos convencido. Si la escena no la cortan, tendré 9 segundos de inmortalidad en ‘Arrobá’. Regreso a mi casa y espero recibir mi Oscar en cualquier momento. Jamás había sudado tanto. Ahora comprendo lo que cobra Brad Pitt.
Suena el teléfono. Otro director dominicano me pide que trabaje en su película, no puedo creerlo.
Me envían el guión y lo primero que descubro es que en la mayor parte de mis escenas estoy sumergido en un jacuzzi desnudo con una exorbitante mujer a la cual le triplico la edad. Llamo al director y le pregunto si me ha visto bien.
–¿Seguro?
–Claro –me dice.
–¿Y has visto bien mi barriga?
–Claro –repite–. Y pienso, sin poder aguantarme la risa, lo ridículo que sería contemplar a un viejo en pelotas en una escena de amor. El director sigue insistiendo y cada vez que lo dice voy al espejo y me contemplo. Ofrézcome, los efectos de los años son devastadores. Me río sin parar de imaginarme un primer plano de mi barriga y de los otros atributos que la acompañan. Me ha dado un hipo tremendo, mi amor por el cine no llega tan lejos. Mi vida de estrella acaba de estrellarse.

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