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31/8/11 Post By: Ramón Pastrano, WebMaster

Cucharimba: Las mismas magias y todavía sonreímos.

El Mago "Cucharimba"

Luisa Rebecca Valentín - Voz Diaria

El ofi­cio de ha­cer reír no es ta­rea fá­cil. Hay que es­tar por en­ci­ma de los pro­ble­mas y la co­ti­dia­ni­dad, pe­ro en ellos. Es de­cir, más bien se tra­ta de ver la co­ti­dia­ni­dad y los pro­ble­mas con otros ojos, con los ojos del humor, con ver el otro la­do, con reír­se de los de­más y de uno mis­mo.

Ra­món Ar­tu­ro Re­yes lo en­ten­dió ha­ce tiem­po. Muy atrás, allá cuan­do su pro­ge­ni­tor asis­tía al Hi­pó­dro­mo (hoy Es­ta­dio Ci­bao), don­de bai­la­ba y “am­pa­lla­ba”, ofre­cien­do di­ver­sión con sus ocurren­cias. En ese en­ton­ces, él lo asis­tía en ese di­fí­cil ofi­cio de ins­ta­lar una son­ri­sa en el ros­tro ajeno.

Des­de en­ton­ces, Ra­món car­gó con la he­ren­cia de su pa­dre, lo úni­co que le de­jó, ¡por su­pues­to! En la bús­que­da de su iden­ti­dad pro­pia, se vol­vió Cu­cha­rim­ba, con cu­yo per­so­na­je lle­va ca­si 60 años “de­lei­tán­do­nos”.

Apren­dió tru­cos de ma­gia, vien­do pe­lí­cu­las y lue­go prac­ti­cán­do­los so­lo; y por lo me­nos en San­tia­go, to­do el mun­do ha dis­fru­ta­do de un show de Cu­cha­rim­ba o Cu­cha­ra, co­mo lo he­mos acor­ta­do úl­ti­ma­men­te. Se ha con­ver­ti­do en un per­so­na­je na­cio­nal que, aun­que no ten­ga una es­ta­tua en el Mo­nu­men­to a los Hé­roes de la Res­tau­ra­ción, si es­tá en vi­vo en él.

En 1972 ad­qui­rió una mo­to­ci­cle­ta y des­de en­ton­ces, apa­re­ce en cum­plea­ños, bau­ti­zos, en el área mo­nu­men­tal, en res­tau­ran­tes o en cual­quier ca­lle de San­tia­go, pre­sen­tan­do sus “má­gi­cos tru­cos” y sus ocu­rren­cias.

Es­te mo­reno for­ni­do, que ya tie­ne sus años, con su son­ri­sa am­plia y su po­pu­la­ri­dad, con su tra­je y su cor­ba­ta de la­zo, es un sím­bo­lo de San­tia­go, co­mo de­cía en el co­mer­cial de Bar­ce­ló, “San­tia­go es San­tia­go”.

Es eba­nis­ta, no pi­de, pe­ro des­pués de ca­da show ca­lle­je­ro lan­za su fra­se la­pi­da­ria: “No pi­do, pe­ro los hi­jos míos tie­nen que co­mer”. En­ton­ces la re­co­lec­ta se ha­ce am­plia, to­dos de­jan caer unos pe­sos en las ma­nos de Cu­cha­rim­ba, por sus ocu­rren­cias, por los chis­tes ya co­no­ci­dos, por sus tru­cos de “ma­gia”, por sus nu­me­ro­sos via­jes a New York, sin te­ner vi­sa, ni pa­sa­por­te, por­que los ha­ce en vi­deo, por su con­sa­gra­ción a su ofi­cio, por su gran co­ra­zón, sin ma­li­cia, por­que San­tia­go es San­tia­go y Cu­cha­rim­ba es Cu­cha­rim­ba.

Se­ña­les de no­ble­za
Dos ex­pe­rien­cias re­sul­tan pa­ra mí inol­vi­da­bles con él. La pri­me­ra, una vi­si­ta que le hi­ce a su ho­gar, una ca­sa en cons­truc­ción que fue le­van­ta­da a gol­pes de es­fuer­zos y ma­gias. En esa oca­sión me echó en una bol­sa una bo­te­lla de cer­ve­za pa­ra que me la lle­va­ra y la dis­fru­ta­ra en mi ca­sa. Aquel ges­to de aten­ción y agra­de­ci­mien­to me con­mo­vió y to­da­vía me con­mue­ve enor­me­men­te.

La se­gun­da ex­pe­rien­cia, muy re­cien­te, fue cuan­do nos en­con­tra­mos en su ba­rrio Los Ci­rue­li­tos, yo en misión la­bo­ral, ahí me di­jo “¿Le trai­go una bo­te­lla de agua?” al ins­tan­te, co­mo por ar­te de ma­gia, apa­re­ció aquel cor­pu­len­to mo­reno, con su am­plia son­ri­sa, con una he­la­da bo­te­lla de agua, con to­do y el de­ta­lle de una ser­vi­lle­ta. To­do un ges­to de no­ble­za, buen co­ra­zón y sa­ni­dad es­pi­ri­tual.

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