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7/11/12 Post By: Ramón Pastrano, WebMaster

Historias de terror en Facebook.

Muchos viven historias espeluznantes.
(Archivo)
Infidelidades, persecuciones y mucho más…
Por Marcos Billy Guzmán / Especial El Nuevo Día

Cuidado, precaución, sensatez, prudencia. Son de esas palabras que suelen surgir cuando se habla de conocer a gente a través de Internet, sobre todo hoy con el impacto de las redes sociales. Aunque hay quienes descubren o reconectan con ese alguien especial por medio de estas plataformas, muchos no corren la misma suerte.

Otros viven historias espeluznantes.
Así es precisamente como la sanjuanera Luz Santiago (nombre ficticio para proteger su identidad) describe lo que tuvo que enfrentar en el 2009. Ese año, según relata, la madre de dos menores de edad decidió abrir una cuenta en Facebook. La foto que usó en su perfil era reciente y la información del pueblo donde vivía era cierta, pero esos no fueron los detalles que transformaron su vida.

Llevaba un par de meses usando su cuenta para reconectar con viejas amistades y monitorear secretamente a su hija adolescente. Lo que no sabía era que alguien -un desconocido que ni recordaba haber aceptado como amigo en Facebook- la estaba vigilando a ella.

Al tiempo supo quién era porque primero le envió un “poke” que ella respondió una sola vez, puesto que el hombre decidió repetírselo. La persona optó entonces por escribirle un mensaje personal a su “inbox”.

“No pensaba que era algo malo, así que le respondí el hola”, cuenta. “Él me escribía al menos dos veces a la semana con piropos, luego tres y cuatro. Ahí dejé de contestar”.

Ignorarlo tuvo consecuencias. Un día, cuando menos se lo esperaba, llegó a su trabajo y sobre su escritorio había un arreglo floral con una tarjeta sin nombre. Cuando abrió su cuenta de Facebook esa noche en la computadora de su casa, notó que tenía un mensaje privado.

“Espero que te hayan gustado la flores”, decía. “Me asusté, era él. Sabía dónde yo trabajaba porque esa información estaba en mi cuenta”, recuerda la mujer de 34 años.

Tres semanas pasaron sin que ella supiera y el hombre no volvió a escribirle, pero no le escribía por algo: la estaba persiguiendo.

“Vi que alguien me estaba siguiendo, pero no hice mucho caso. El problema fue que, tan pronto me estacioné, el auto se detuvo frente a mi casa. Me ‘friquié’ (entró en pánico)! Era él otra vez y ahora sabía dónde vivía”, menciona.

La policía luego se encargó del asunto y una orden de protección evitó que el señor se le acercara nuevamente. También cerró su cuenta de Facebook y la de su hija. Sin embargo, Luz todavía se levanta en medio de la noche para ver si sus hijos están bien. “Quedé marcada”, asegura. “Hay que tener muchísimo cuidado”.

Doble vida
La historia de Carmen Cruz (nombre ficticio para proteger su identidad) es distinta. Para la mujer de Orocovis, el amor que sentía por su esposo era inmenso. Junto a los dos hijos que criaban, asegura, parecían la familia perfecta.

“Nada más lejos de la verdad”, lamenta en estos días.

Tanto ella como su marido tenían cuentas de Facebook y esto les emocionaba porque se enviaban mensajes de amor. “Estábamos explorando la tecnología y eso nos llenaba de ilusión”, manifiesta.

La ilusión se esfumó una noche del año pasado cuando una foto de su esposo apareció en el perfil de otra mujer.

“Me estaba siendo infiel”, enfatiza. “Pero eso no era todo… Tenía dos hijos pequeños. Tenía otra familia; una doble vida”.

La relación terminó en un divorcio y, a sus 41 años, Carmen no ha vuelto a enamorarse.

“Es bien, bien duro y difícil, porque se me hace cuesta arriba confiar en alguien. Sin embargo, tengo esperanza”, concluye.

“Lo cogí!”
La vida sexual de la humacaeña Rocío Rivera indicaba ser saludable. “Hasta excitante”, especifica. Todo eso dio un giro de 180 grados.

Tan reciente como este año, la joven de 26 años sorprendió a su esposo masturbándose frente a la computadora.

“Me dijo que era pornografía y, aunque me molesté, pensé que no era tan grave porque cada cual necesita su espacio”, expresa.

Pero la curiosidad la llevó a averiguar y, cuando a él se le olvidó desconectarse de su cuenta de Facebook, Rocío comenzó a leer los distintos mensajes que había compartido.

“Lo cogí! Habían como 15 conversaciones explícitas con un montón de mujeres. Era como si fuera un adicto. No podía parar”, sostiene quien no titubeó en botar a su entonces marido de la casa.

Falsa identidad
A sus 29 años, Carlos Rosario (nombre ficticio para proteger su identidad) se sentía muy enamorado. “Como un príncipe, mano”, enfatiza. Su amor terminó siendo una falsa.

Hace tres años, el hombre oriundo de Carolina se enamoró de una chica de Venezuela. “Era hermosa, pero no tan hermosa”, describe. “Estaba a mi altura y eso me daba emoción, porque también era la chamaca más dulce que jamás haya conocido”.

Juraron vivir juntos algún día y ella le iba enviando fotos cada semana con diversas anécdotas sobre su día a día. Así duraron nueves meses.

“Nunca nos veíamos en Skype o cámara web por qué, no sé. Siempre había una excusa, aunque para ese momento no me parecían excusas. Estaba bien enchula’o”, dice.

Su enamoramiento recibió un choque cuando una madrugada vio fotos de esa misma muchacha en otro perfil.

“Pensé que lo mismo que estaba haciendo conmigo lo estaba haciendo con otro. O sea, creía que no era fiel, pero fue peor”, cuenta.

Su entonces amada no era la de la foto. “Terminó confesándomelo. Era una doña de 62 años. Me deprimí por un tiempo porque fui bien pendej… Pero no me vuelven a coger”, asegura.

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