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4/9/12 Post By: Ramón Pastrano, WebMaster

Frente al espejo de José Carlos Hernández.

José Carlos Hernández (Fuente externa)


Margarita Cordero - 7dias.com.do
La fiscal Yeni Berenice Reynoso aventuró la hipótesis de que el crimen de José Carlos Hernández es un crimen de odio. Su premisa es la imposibilidad absoluta del error o la confusión. Quizá tenga razón la fiscal. Veintisiete puñaladas testimonian un ensañamiento que no pudo ser movido por otra cosa que una incontenible rabia contra la víctima, por el deseo sádico de hacerla sufrir al máximo.

Bajo la apariencia amable de una parte considerable de los dominicanos bulle el sedicioso volcán de los prejuicios contra los diferentes. En política no hay adversarios, sino enemigos. El haitiano, nuestra imagen especular, nos envenena de xenofobia. El pobre es por definición un delincuente que merece la ejecución extrajudicial. El homosexual, un pervertido. La mujer que se apropia de su sexualidad, una puta. El que se tatúa, un drogadicto… De prejuicio en prejuicio, hemos colocado nuestra convivencia social al ras del suelo. Nuestra humanidad repta.

Radiografía de estas conductas que ponen en entredicho nuestro proceso civilizatorio no es solo el horror de la muerte del joven artista, sino también una nota publicada en el periódico Listín Diario –reproducida viralmente por una caterva de digitales plagiarios— donde los pírsines, los tatuajes, el barniz negro de las uñas y el largo del pelo se convirtieron en protagonistas del crimen. Peor aún, en su justificación subliminal.

No conozco a los dos periodistas autores de la nota, pero que destacaran estos datos puede deberse a la incapacidad, en ocasiones rayana en la estupidez, de separar el grano de la paja a la hora de redactar la información. O a una combinación de esta incapacidad con la carga de prejuicios que lastran el etos dominicano, y esto ya es más grave. En cualquier caso, una prueba más de la minusvalía crítica del periodismo dominicano de hoy.

La relativamente rápida enmienda del Listín Diario no evitó la conversión de la nota en pasto de las críticas, fundamentalmente en las redes sociales. Al espanto del crimen se sumó el de su banalización por dos periodistas para los cuales las veintisiete puñaladas a José Carlos Hernández eran apenas nada frente al número de pírsines y la extensión de los tatuajes en su cuerpo.

Pero los críticos de la nota, entre los que me cuento, no han reparado en un hecho tan o más preocupante aún: los periodistas se hacen eco bovino de información ofrecida por Patología Forense. Fueron los patólogos quienes se dedicaron, en un regodeo que se me antoja mórbido, a contar pírsines y a medir la piel tatuada, cuando lo suyo se limita estrictamente a determinar las causales de la muerte para apoyar la acción penal.

Autocomplacientes como solemos ser, preferimos cerrar los ojos frente a la realidad que el crimen de José Carlos Hernández desnuda: nuestra violencia social y personal intrínseca, la cortedad de nuestro horizonte cultural y humanístico, la carga inmensa de nuestros prejuicios y la debilidad de la sociedad para enfrentarlos.

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